05 julio, 2010

Deseos

Hace poco me di cuenta de cuanto me gusta guardar cosas, caras, pensamientos. Y lo hice por la necesidad que me invade al pasar frente a una papelería y no poder resistirme a comprar una libreta pequeñita, de esas de bolsillo o por la angustia que me da al saber que no me alcanza para comprar esa cajita de madera que tanto me gustó. Adoro tomar fotografías aunque no comparto muchas, me gusta verlas, acomodarlas, etiquetarlas y a veces hasta arreglarlas, pero jamás borrarlas.

Viene una imagen a mi mente de cuando era pequeña, tenía tal vez 7 u 8 años y había llovido mucho en Tijuana, veía a muchos de mis vecinos evadir el lodo de las calles, pero yo, me dirigí a la que estaba cerca de mi casa, a orillas del arroyo y en una bolsita recogí el barro más maleable que encontré, subí hasta mi cuarto - el de toda mi familia de hecho - en el tercer piso de la casa de mis abuelos paternos y en el patio, dónde pegaba el solecito me puse a darle forma a esa masa oscura y fresca.

Me encantó verla terminada, era una pollita que puse a secar al sol y además le hice una tapita con todo y "agarradera". La miré por muy largo rato, o tal vez poco y por el recuerdo me parece que fue más, lo que sí sé es que quedó seca, firme y, lo más importante: "usable". Lo primero que hice fue poner dentro mi canica favorita, más tarde una foto mía, de esas infantiles y por último fui al baño, a cortar un cuadrito de papel, de esos suavecitos y que huelen bonito para guardarlo en mi nueva creación.

Tal vez pensaba que si lo ponía ahí, más tarde… en unos días o quizás años, podría recordar sólo las cosas agradables.

Cómo extraño esos momentos en que los más valioso eran los juguetes, los aromas, las sensaciones, un tazo. Es irrefutable el pensamiento de que cuando uno es chico quiere crecer y al que crece no le queda más remedio que guardar y recordar aquellas cosas que tanto ama.

0 comentarios: